Por Simón Abraham Stevenson*
Parece como si el tiempo hubiera engullido la obra y la persona de Norman McLaren. Este canadiense de origen escocés, ha sido uno de los grandes precursores de la animación experimental pero, aún así, incluso dentro de los círculos de aficionados al género, es poco conocido. Mi descubrimiento personal de su obra se debe a una sesión de cortos de animación a la que asistí con mis compañeros del colegio, cuando tendría diez u once años. De aquella sesión en aquel viejo teatro remodelado como cine ocasional, recuerdo únicamente, y aún hoy con muchísima fuerza, un corto de McLaren. Fue Neighbours (1952), que resultó ser uno de los alegatos antibélicos más descarnados que recuerdo de toda mi infancia. Aquel film, hoy quizás un poco inapropiado para los infantes contemporáneos, se quedó navegando en mi memoria hasta muchos años después, cuando descubrí a su autor.
Norman McLaren tuvo una producción ingente antes y después de ser la cabeza más visible del National Film Board of Canada. Más allá del citado corto, Neighbours, que fue un verdadero éxito a nivel internacional y que causó mucho impacto, el resto de su obra coqueteó con el stop motion de vanguardia, con el universo surrealista de Dalí, y con otra de sus grandes pasiones: la danza. En mi opinión, es en este último punto donde McLaren alcanzó sus mayores logros. Sus filmaciones de bailarines, de distintos estilos y con distintas técnicas de captura de imágenes, son aún hoy un prodigio de belleza, sensibilidad y técnica, cuando no desternillantes. McLaren nos dejó en 1987, y sólo se me ocurre decir que merece la pena recordarle. Sin duda, merece mucho la pena. Que les aproveche.
A Chairy Tale (1957): Divertidísima obra en la que un joven pretende hacer uso de una silla que se le niega a cada instante. Escuchen atentamente la música de Ravi Shankar, posiblemente el mejor sitarista del siglo XX, descubierto para el público occidental por McLaren, mucho antes de que lo que hicieran los Beatles.
Ballet Adagio (1972): Reconozco que nunca me había interesado ni atraído de forma especial la estética propia de la danza clásica, pero cuando descubrí esta pieza, simplemente me estremecí. Creo que no se puede asistir al espectáculo de estos dos bailarines ante la cámara de McLaren sin conmoverse por completo, mientras uno se deja llevar por el adagio de Albinoni.
A Phantasy (1952): Nuestro último enlace, una de las muchas experimentaciones de McLaren, en esta ocasión, una obra daliniana, con la que se pueden hacer una idea del grueso restante de este genial animador.
*Simón Abraham Stevenson es poeta, librero, editor e instigador cultural.
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