Por Emma Castaño Sánchez*
Cuando una compañera propuso Elvis Karlsson como lectura para el primer trimestre, tan solo recordaba que hacía muchos años, había tenido que dibujar para un trabajo de mi hermano pequeño la silueta del niño de gorra roja, con las manos en los bolsillos de la holgada chaqueta.
Terminé de leer el libro en un tren, a punto de llegar a mi destino. Al guardarlo en mi bolsa, pensé que lo que acababa de leer no era tan solo una novela juvenil, sino un libro de Poesía.
De vuelta a casa, busqué información sobre María Gripe; y en las pocas páginas traducidas que encontré, descubrí que la autora había estudiado Historia de las religiones, y comprendí la lucidez y armonía con la que desplegaba su universo de símbolos, y su estilo poético, y visual, que recordaba a la estética de la literatura oriental.
Ahora sólo faltaba por averiguar si el entusiasmo de los maestros, sería compartido por los protagonistas de la historia.
A los pocos días de iniciar la lectura, algunos alumnos nos comunicaron que los libreros les habían informado de que los últimos ejemplares de la novela habían desaparecido de los almacenes de la editorial Alfaguara, y que el libro estaba agotado en la editorial.
Para una novela que intenta llevar a los jóvenes lectores la interminable, eterna y rotunda fuerza de la Naturaleza y de la Vida debe ser descorazonador estar agotada, con estas palabras tan lapidarias.
Siguiendo el consejo de algunos alumnos, lo leímos en voz alta, con los pocos ejemplares con los que contábamos.
Cuando llevábamos pocas páginas, los alumnos se sorprendieron de que el protagonista del libro fuera un desastre y no un niño modélico, de que sus padres no lo aceptaran y de que aparecieran comportamientos de éstos que les recordaban a su vida diaria, como la costumbre de revelar todos los fallos de Elvis a otros adultos en presencia de él mismo; y otros casos de incomunicación entre padres e hijos.
Entendieron que Elvis intentara construirse un universo-refugio donde escapar de esa incomunicación.
Una alumna, Ramandeep, comentaba que, en algunos momentos, Elvis le recordaba al Principito, de Saint- Exupéry, por la delicadeza con la que trataba los objetos a los que dotaba de poder mágico y de personalidad propia.
En el universo-refugio de Elvis Karlsson nada es insignificante, pues cada objeto está asociado a una misión importante a través de la imaginación luminosa de los niños (seres humanos de tres a noventa y nueve años).
Cuando encuentra una piedra, y la toma en su mano, la hace suya, la individualiza, la pinta de colores para que deje de ser una cosa más sin importancia, perdida en la laberíntica amalgama de seres y objetos que es el mundo.
Cuando encuentra una llave, la guarda con celo en su caja de Secretos, pues sabe que esa llave debe abrir una cerradura con preciados tesoros.
Cuando encuentra una pieza de puzzle, la conserva con devoción, y renuncia a ir de excursión al río para acabar el puzzle que ha heredado de su tío Juan, que murió de pequeño.
La pieza aislada es extraña y no tiene demasiado sentido, pues se percibe algo que podría ser un gran ojo, aunque no está muy definido, pues sus pequeños y acotados límites no dejan ver más. Pero, dentro del puzzle es hermosa porque da sentido a la bella imagen de la que forma parte, y sin la cual, todo se desmorona, se deshace en la nebulosa de lo inacabado.
Cuando encuentra abandonada la casa de Julia, busca entre sus pertenencias aquello en lo que su amiga permanece, y decide ser el guardián de su cuaderno de notas, en blanco, con un pequeño mensaje en la última página, un mensaje escondido y desubicado.
Y Elvis comprende que la lectura da vida, que guarda secretos, que desvela misterios, que abre las puertas del gran libro del mundo. Y aprende, por eso a leer, pues nadie en el colegio había conseguido convencerle de que eso era importante.
Sus ojos están preparados para aprender a leer signos escritos, porque antes han aprendido a leer todos los signos de la Naturaleza: el vuelo circular de las gaviotas, los pasos de la lavandera dibujando alfabetos en la arena, el canto del mirlo, la vitalidad constante de los girasoles, la fuerza fugaz de las amapolas, la belleza de la piedra de luna o el ojo de tigre.
A Elvis le fascinan los nombres, y en su universo-refugio nada queda sin nombre, como ningún niño dejaría sin nombre un juguete, un personaje de cuento, o cualquier objeto insignificante arrojado al suelo.
Elvis comprende que los nombres dan vida, que todo lo que tiene nombre ocupa un lugar relevante en el universo, y que ese nombre le permite tender ramas y raíces para formar parte de una familia, como los girasoles a las flores o el cinabrio a las piedras.
En el universo-refugio de Elvis todo debe estar vivo para ser aprendido, por eso le encantan las semillas, y las reparte por los rincones de la ciudad donde la baba viscosa del olvido amenaza con su potente y pegajosa niebla: las casas abandonadas o las lápidas sin nombre.
En el universo-refugio de Elvis hay seres visibles e invisibles. Estos últimos trasmiten encargos y encomiendas a los primeros, a través de pequeños objetos o de otros seres humanos; por lo que los seres visibles venimos con misiones a nuestras espaldas que no podemos dejar de lado, pues aparecerán en el camino una y otra vez hasta que las resolvamos.
Es por eso, que no podemos prescindir de nada que surja en nuestras vidas, ni rechazarlo de un manotazo, ni volver la vista para otro lado.
Algunos alumnos dicen que la novela deja demasiados hilos sin atar. Lo cierto es que Elvis Karlsson tiene continuidad en otros libros donde Elvis prosigue su aprendizaje, pero que, como éste, se encuentran agotados.
Otros dicen que los personajes de los padres están pintados con excesiva dureza; otros que hay pasajes demasiado emotivos, donde se echa en falta más acción.
Otros, que algunos personajes como el abuelo son parecidos a los seres que más quieren, y que les ha gustado verlos inmortalizados en una novela.
Otros que el amor que Elvis siente por los animales, y por Bisi, su gata abandonada, les ha permitido identificarse con él. Como Elvis, ellos encuentran en los animales, seres mágicos que traducen en sus acciones emociones que los humanos no sabemos descubrir entre nosotros, pues en el progresivo alejamiento de la Naturaleza, hemos perdido la intuición y la empatía, que nos conducen a las emociones de los otros.
Elvis Karlsson recoge en sus páginas un manual de educación; y, por ello, un manual de vida:
enseña a mirar de otro modo a la infancia;
a descubrir nuestro lugar en el mundo;
enseña a observar lo aparente y lo invisible;
enseña a reconsiderar una sociedad desorientada por la incomunicación, los prejuicios, las mentiras y los miedos;
enseña a dilucidar lo verdaderamente importante en nuestras vidas y a guardarlo en una caja de Secretos;
enseña a convivir con el Misterio, a volver la mirada a la prodigiosa Naturaleza;
a asumir responsabilidades;
enseña a escuchar, y a arrojar Luz al mundo.
***
En la misteriosa nota de Julia, Elvis logra descifrar el siguiente mensaje: “Yo soy yo”, “Ahora es ahora”, y reconvierte la ecuación en “Elvis es Elvis”, quedándose pensativo.
¿Y si nos armamos del mismo valor y cambiamos las incógnitas por nuestros nombres?
***
*Emma Castaño Sánchez es profesora de Lengua y Literatura y ha trabajado en diferentes institutos públicos de la Comunidad de Madrid.
Ficha técnica:
Elvis Karlsson
María Gripe
Editorial: Alfaguara
Colección: Serie Naranja
Madrid, 1993
152 páginas
EAN: 9788420447858
Castellano
La primera foto incluida en el artículo corresponde a un encuentro entre María Gripe y Astrid Lindgren. La segunda foto es una imagen del trabajo realizado por las alumnas y los alumnos sobre uno de los pasajes de Elvis Karlsson.
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