Por Simón Abraham Stevenson*
En 1965 la filmoteca nacional española editó un delicioso librito dedicado al animador checoslovaco Jiří Trnka. En él, Carlos Fernández Cuenca, sintetizó la vida y obra del director de Bohemia haciendo hincapié en dos puntos, a mi entender importantes: en primer lugar que Jiří Trnka, dentro del panorama internacional, había sido y aún se le consideraba, no sólo la alternativa europea al cine de Disney, sino que además era el único director de animación capaz de batirse con el gigante estadounidense. En segundo lugar, se lamentaba Fernández Cuenca del poco o nulo conocimiento que sobre Trnka había en nuestro país. De todo aquello ha trascurrido casi medio siglo y el ninguneo sigue devorando la figura de uno de los más grandes animadores de todos los tiempos.
Hoy día en España si uno quiere conseguir de forma lícita alguno de los largometrajes de Jiří Trnka, simplemente no le será posible. Aquel que fue equiparado al Disney de la edad dorada, quien fuera galardonado en los festivales más prestigiosos del mundo, incluida la primera edición de Cannes, quien ha dejado como testamento fílmico “La Mano”, una de las cumbres indiscutibles de toda la animación del siglo XX, ese mismo, es en nuestro país y fuera de los círculos más especializados un absoluto desconocido.
Ante disyuntivas de este calado uno se pregunta para qué ha de servir el ser considerado en vida un gigante artístico cuando, tras la venida de la parca, todo logro parece quedar en agua de borrajas. Ni siquiera a través de You Tube (a día de hoy) se puede hallar alguna de sus monumentales joyas, y menos aún subtituladas en castellano. Jiří Trnka sigue apareciendo en los manuales especializados como uno de los más grandes o el mayor animador de muñecos de todos los tiempos, y de él apenas es posible encontrar nada. No así en otros países, como Japón, donde aún hoy es reverenciado como el genio que fue, sin embargo aquí… Ya sabemos. Pero ya basta de lamentarse (al hablar del olvidado Trnka me encolerizo fácilmente) y pasemos a cosas más pragmáticas.
Jiří Trnka (léase Iryi Trinka) nació en la cervecera ciudad de Pilsen en 1912. En un principio optó por la pintura, de ahí pasó al diseño de escenografías teatrales, para terminar su periplo, llamémosle “estático”, ejerciendo de ilustrador de libros y muy especialmente para cuentos infantiles. De este periodo es aún muy recordado por su trabajo gráfico para la obra del escritor Josef Menzel, el celebérrimo Osito Misha (y no, no es esta la mascota animada de las olimpiadas de Moscú 1980).
Al término de la segunda guerra mundial, Trnka ya es un célebre ilustrador, tanto es así que hoy en día se le sigue considerando uno de los más importantes de su país. En 1945 El Osito Misha (Mísa Kulicka) es llevado a la pantalla por los directores Karel Borach y Eduard Hofman, utilizando de modelo las ilustraciones que Trnka había realizado para dicho cuento. Es entonces cuando Trnka empieza a interesarse por la animación.
En un primer momento su atención se centra en el cartoon clásico. Ya desde sus primeros cortometrajes su factura y sello personal resultaron sobresalientes, a la par de su gran capacidad de trabajo e imaginación. De aquel periodo, en el que se incluyen films cortos como “El abuelo sembró una remolacha” (Zasadil dedek repu), “El regalo” (Darek), “Los animales y los bandidos” (Zviratka a petrovsti) y “La zorra y el cántaro” (Liska a dzban), quisiera destacar “El saltarín y las SS” (Perak a SS). Este, que fue su único film en blanco y negro, es una sátira divertida e igualmente preocupante de lo que fue la ocupación de la ciudad de Praga. En la capital checa un deshollinador convertido en héroe con muelles en los pies se bate contra las fuerzas de ocupación alemanas y los delatores patrios. Una curiosísima pieza histórica que sigue conservando buena parte de su poder crítico y liberador, sin renunciar por ello a dibujarnos una sonrisa.
A partir de 1947 Trnka se embarcará en proyectos de mayor calado. Ese mismo año estrena su primer largometraje, “El año checo” (Spalicek), con el que abandonó el cartoon para introducirse en la animación de muñecos de madera, especialidad que lo encumbraría a los altares del arte animado. “El año checo” es una conjunción de cuentos populares o estampas campesinas tradicionales de Bohemia. Este film fue galardonado con multitud de premios, entre ellos la medalla de honor en Venecia. Aunque Trnka ya había ganado en Cannes un año antes con su cortometraje “Los animales y los bandidos” (film que se equiparó a “Blancanieves y los siete enanitos” de Disney). Fue a partir del “El año checo” cuando Trnka comenzó a forjarse su merecida fama mundial.
Sus siguientes largometrajes no harán más que ratificar los éxitos primeros. Films como “El ruiseñor del emperador” (Cisaruv slavik), basada en la obra homónima de Hans Christian Andersen y ambientada en una china fantástica, o “El príncipe Baraja” (Baraja), basada en los cuentos de Božena Němcová, recogieron numerosos galardones de importancia.
Sus cortometrajes de aquel periodo entre los años 40 y 50 fueron igualmente aclamados: “El molino del viejo” (Certuv mlyn), “Historia de un contrabajo” (Roman s basou) y, en especial, “La canción de la pradera” (Arie prerie). Este último es una divertidísima parodia del Western Hollywoodiense cuajadito de gags musicales difíciles de olvidar.
Durante los años 1951 y 1952 Trnka experimenta con otras formas de animación como el dibujo estático a base de pinturas de pastel con su corto “El pececito dorado” (O zlate rybce), o con la animación de recortes como “El circo alegre” (Vesely circus), entre otras. Personalmente considero estas obras de carácter menor dentro de su producción. Por suerte el maestro checo volvió a la animación de muñecos en 1953 con su largometraje “Viejas leyendas checas” (Stare povesti ceske). Con este film, en el que se narran diversos episodios de la historia un tanto fantaseada de la antigua Bohemia (actual Chequia), Trnka dio un paso más allá, demostrando su excepcional maestría, que fue nuevamente reconocida con multitud de premios a lo largo de Europa y América.
“Viejas leyendas checas” inicia un nuevo periodo en la carrera de Jiří Trnka. Por entonces era aclamado mundialmente, pero esto, lejos de adocenarle, le llevó a seguir superándose película tras película. Es en este periodo que se inicia a mediados de los 50 y concluye en 1966, el año de su muerte, donde se hallan la mayor parte de sus grandes obras maestras. Su ritmo de producción comenzó a ralentizarse, inversamente proporcional a la cada vez mayor calidad y resolución de sus trabajos. Trnka estaba alcanzando la madurez plena.
Dentro de sus cortometrajes de entonces quisiera destacar, entre otros, “Los dos carámbanos” (Dva mrazici), historia de ambiente invernal en el que Trnka aunó varios métodos de animación para crear este divertido cuento en el que una pareja de carámbanos bromistas, identificables con el espíritu del invierno, se apuestan fastidiar a dos leñadores.
Del mismo año 1954 es “Una copita de más” (o sklenicku). Este prodigioso cortometraje narra el viaje en motocicleta de un joven al que le espera su novia en la ciudad de Pilsen. En el camino se topa con diversos personajes, un paisaje delicadamente vivo y la celebración de una boda. El joven motorista, rindiéndose a los placeres mundanos, acepta las invitaciones de alcohol que se le ofrecen que poco a poco irán mermando la sobriedad que le sustenta. Bebido y llevado por la euforia de la velocidad, el motorista va poniendo su vida en riesgo, hasta que al fin… Este es sin duda uno de los grandes trabajos de Trnka. Nuestro director ha abandonado por completo la temática infantil para adentrarse en la denuncia social. Poco a poco Trnka comenzará a impregnar su obra de un pesimismo creciente, como nos indica Giannalberto Bendazzi en su obra “Cartoons, 110 años de cine de animación” haciendo referencia a las últimas obras del director, a medida que este se iba aproximando al fin de sus días.
El siguiente largometraje del director checo “El bravo soldado Sveik” (Diobry vojak Svejk) es una adaptación un tanto imperfecta de la famosa obra del escritor Jaroslav Hašek. A partir de este film Trnka comienza a delegar funciones en la mayoría de los cortometrajes en los que se embarca, o simplemente prefiere detentar posiciones más discretas, renunciando a la dirección y guión de muchos trabajos. De este periodo de finales de los años 50 abundan las obras para la televisión. Algunas de ellas son concebidas como un producto no meramente infantil o juvenil como es el caso de la saga de los husitas iniciada con el film “Jan Hus” del director Otakar Vávra. De esta época también son varios los documentales que se filmaron sobre el maestro de Pilsen, véase: “Los muñecos de Jiří Trnka” (Loutky jiriho Trnky) o “Los hermanos Malla” (Brati v Triku).
Trnka durante algunos años fue pasando discretamente por la obra de otros, ayudando a muchos de los que habían sido sus colaboradores, diluyéndose su gloria, hasta que en 1959 volvió a tomar posesión de su trono con “El sueño de una noche de verano” (Sen noci svatojanské). El que fuera su último largometraje es, a mi entender, no solamente una de las grandes obras maestras de la animación mundial, sino que además, y en esto coincidimos muchos, es posiblemente la mejor adaptación al cine que jamás se haya hecho de esta obra. Quizás hasta el reverenciado Shakespeare se hubiera sentido orgulloso. Trnka no se limitó a hacer una adaptación más que correcta, reinventó la poesía del texto isabelino, insuflándole nueva vida, delicadeza y magia, y todo con unos escenarios y personajes de madera que en otras manos habrían sido simplemente muñecos. Únicamente el personaje de Puck se me antoja excesivamente delicado, no más que un pequeño engranaje desacompasado en una maquinaria perfecta. Dejando de lado alabanzas, cumplidos y objeciones, no me queda más que invitar a ver esta película, si es que consiguen encontrarla completa, o al menos con subtítulos en castellano. Suerte.
Muchos pudieron pensar que aquí acababa la carrera de Trnka, y aunque fueron pocos los años que le quedaban de vida, y aún más escasa sería su obra desde la adaptación de Shakespeare, el verdadero canto del cisne todavía estaba por llegar.
La pesadumbre dominó el último lustro de su existencia. Sus tres últimos cortometrajes, bajo su estética infantil, escondían una desazón profunda. El genio se sentía enfermo y preocupado por el futuro incierto de sus semejantes. “La pasión” (Vasen) de 1961 desarrolla, a través de pequeñas escenas, una crítica mordaz a la velocidad de la vida moderna que nunca puede terminar bien. En el mediometraje “La abuelita cibernética” (kyberneticka babicka) de 1962 realiza Trnka una entrañable parábola advirtiéndonos de los peligros del progreso y la tecnología desmedida. Y en 1965 Trnka culmina su última obra, “La mano” (Ruka), a mi entender, el verdadero canto de cisne que debía llegar.
“La mano” no es meramente el testamento fílmico de este gran maestro, sino que es además uno de los más sencillos y estremecedores alegatos a favor de la libertad de expresión, y todo perfectamente entendible para un niño. Este fue mi primer contacto con Trnka, y aún hoy sigue siendo la obra del autor checo que más me ha impactado, y que al volver a ver, o al recordar, me sigue sobrecogiendo. Vi por primera vez “La mano” cuando no era no más que un chiquillo, de forma casual, como suelen ser los grandes encuentros de nuestra vida. Creo que fue por la televisión, esa televisión de dos canales de muchísima más calidad que nuestra actual pléyade de cadenas. En un principio uno no entiende muy bien de qué trata el asunto del cortometraje: un muñeco vestido de arlequín tiene por hobby hacer macetas de barro para las plantitas que cultiva con tesón. Todo muy naïf hasta que, de repente, alguien llama a la puerta y, tras esta, una mano enguantada, encarnación misma de la oligarquía y la opresión, ha decidido que nuestro arlequín protagonista va a dejar de tener la vida libre que ha tenido hasta entonces. Tras la muerte de Trnka, poco después de la finalización de este corto, los líderes comunistas de Checoslovaquia creyeron ver en esta obra una crítica al fascismo.Después consideraron que dicha crítica era extensible a su propio régimen. Al final, la obra del maestro fue prohibida y censurada. Trnka, el que había sido uno de los hijos predilectos del régimen y del país, era tachado de anticomunista, pero personalmente creo que se equivocaban. Trnka, con su inmensa sensibilidad, no creo que fuera ni pro ni contra comunista, su humanismo debió ser demasiado grande como para poder encuadrarlo o desencuadrarlo en una idea política concreta. Aquel tipo de gran envergadura, con profuso bigote, mirada osca, cuando no taciturna, fumador empedernido y auténtico vivificador de marionetas, debió ser un alma demasiado sensible para el mundo que le tocó vivir, y para ese mundo venidero que temía. No creo que en ningún momento el gran maestro fuera de una facción u otra, y si debía adscribirse a alguna en concreto, creo que simplemente sería de la facción humana, quizás la facción de los niños a los que sirvió toda su vida, tan diligentemente.
Gracias Trnka, allá donde estés, con tus eternos cigarrillos y tus manos prodigiosas. Gracias por hacernos ver que Walt Disney no era todo lo que había que ver.
*Simón Abraham Stevenson es poeta, librero, editor e instigador cultural.
Gracias por el artículo, no conocía a este autor, me gustó mucho, buscaré sus obras.
Gracias Daniela. Nos encanta que te haya gustado. Un abrazo