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Por Emma Castaño Sánchez*
El debate sobre las lecturas que deben recomendarse a los alumnos está presente año tras año. Imagino que la misma duda se plantea a muchos padres que desean que sus hijos encuentren en la lectura un tiempo de evasión, de aprendizaje o, simplemente, de búsqueda de sí mismos. En muchas ocasiones, son los lectores sin prejuicios que están fuera del ámbito educativo, los que te aconsejan lecturas, aparentemente alejadas de lo que conocemos como “clásicos”, que, sin embargo, se convierten en un puente hacia la lectura entendida como placer. Así sucedió con Los juegos del hambre, recomendada por un lector inagotable de clásicos, de autores noveles, amante de la ciencia ficción, que pensó que esta novela podría atrapar la atención de los adolescentes a los que no siempre sé como aproximarme. La reacción de esos adolescentes fue de un agradecimiento tal, que me hicieron replantearme todas mis teorías sobre las lecturas en el aula. El agradecimiento creo que venía sobre todo del esfuerzo de haberme acercado a esos best-seller juveniles, que, en ocasiones, rechazamos los educadores. Venía también porque en la novela no se evitan temas para ellos atractivos como la violencia, la manipulación de los medios de comunicación, la injusticia o el deseo. Unos a otros fueron aconsejándose la lectura de la novela; y, algunos, “juventud, divino tesoro”, con la pasión que les caracteriza, se leyeron toda la trilogía, cuando yo apenas estaba acabando la primera parte. La novela de Suzanne Collins, como muchos grandes éxitos juveniles, lo son porque recogen toda una tradición literaria, que aproximan a los adolescentes con un lenguaje llano, sencillo, que a ellos les resulta ágil y ameno, a los temas y a los autores de la literatura universal. Nada nuevo hay en esta novela de ciencia ficción que recoge temas planteados en Frankenstein, El señor de las moscas, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? o 1984. Nada nuevo hay en una historia que adentra a los jóvenes dentro de espacios míticos como el bosque, los suburbios o las capitales imperiales, que les conecta con el lenguaje visual de las películas El Bosque, de Shyamalam; Blade Runner, de Ridley Scott, o El señor de las moscas. En ella, dos adolescentes, atrapados en una realidad hostil, se convierten en protagonistas de una lucha por la libertad y la justicia. Aman, dudan, se ilusionan, sufren, defienden, reflexionan, ocultan su verdadero yo bajo máscaras impredecibles, se debaten entre lo desconocido y la seguridad, y descubren el sentido de la responsabilidad. ¿Quién no comenzó a amar la lectura cuando sentía que veía su vida reflejada en las páginas de un autor desconocido hasta entonces? A ello, se suma un estilo visual, impactante, cinematográfico, fácil de guardar en la memoria. La autora utiliza numerosos símbolos que atrapan nuestra imaginación desde el principio, lo que explica que, en las primeras páginas nos veamos atrapados por un lenguaje lleno de sugerencias, y una trama, que se construye dejando abiertos multitud de hilos argumentales que se van entretejiendo a medida que avanzamos en la novela. No en vano Suzanne Collins es escritora de guiones televisivos. Algunas de estas ideas salieron de ellos mismos, en las clases donde se habló de la novela. ¿A quién no le gusta participar en una conversación, sentir que uno tiene algo que aportar al respecto? Esta novela permite a los jóvenes, no siempre escuchados en este punto de los debates literarios, aportar multitud de ideas basadas en su propia experiencia, o en otras historias que conocen por el cine o la literatura. Para que esta reseña quedara cerrada, faltaría dar la última palabra a cada uno de los muchos lectores que han disfrutado con sus páginas, a los que me paraban por el pasillo del instituto informándome que les estaba entusiasmando, a los que llaman a los familiares contándoles que permanecen hasta altas horas de la noche porque no pueden dejar de leer, a los que mantienen una conversación con un librero que les habla con admiración de la saga, a los padres que, buscando lecturas comunes con sus hijos, se sorprenden leyendo las novelas con la misma avidez que ellos. *Emma Castaño Sánchez es profesora de Lengua y Literatura y ha trabajado en diferentes institutos públicos de la Comunidad de Madrid.
Ficha técnica Los juegos del hambre |
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